The Father: el amor y la memoria

El amor. Tal vez lo único que nos salve de la muerte sea el amor, el amor de quien nos asiste, de quien nos cuida y de quien aún nos quiere siendo «nosotros», el amor, en definitiva, a quienes queremos y a los que probablemente querríamos también recordar. Es Anthony (Hopkins) quien pone voz en este largometraje a una bella y terrible historia sobre la destrucción de su identidad, sobre el desvanecimiento de la memoria a causa y por culpa de una horrible dolencia de la mente. La cinta The Father, rodada en el desgraciado año 2020 de la mano de Florian Zeller, parte de la perspectiva de quien ya está más cerca de la muerte que de lo contrario, y se resuelve como sucede con las historias en la vida real, sin grandes aspavientos ni necesidad alguna de grandilocuencia. Nuestros ojos se convierten en los ojos de Hopkins durante dos horas lacrimógenas, los ojos de quien ve pero no recuerda, de quien quiere seguir viendo en todo a Lucy, pero ella ya nunca está. Son estos los grandes relatos que arañan el corazón, aquellos que surgen, en el fondo, desde un oscuro miedo que habita dentro de cada uno de nosotros, los que surgen del retrato más cotidiano y de lo que todos algún día podremos ser conscientes al abrir una ventana y enfrentar la verdad. «¿Quién soy yo», se pregunta el octogenario en una de las escenas más representativas del filme. Porque claro, quiénes somos si no lo recordamos, quiénes somos si nadie nos recuerda. Tal vez lo más doloroso de todo, el crimen perfecto y más siniestro para uno mismo, una forma de arrastrar esta condena impuesta por nuestra mortalidad. El amor. Una salvaje despedida está a punto de estallar frente a un fundido en negro, con el brutal relato a nuestras espaldas de la paulatina e inevitable pérdida, el miedo atroz a la incapacidad para recordar cuánto nos quisieron o cuánto fue lo que quisimos.

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Yesterday, o cómo sería un mundo sin Jude

Yesterday (2019, Danny Boyle)

Un mundo sin los Beatles sería infinitamente peor, un mundo triste y gris, lúgubre, un mundo sin necesidad de amor, un mundo sin Jude, sin Lucy en el cielo, ese cielo donde habitan todavía los sueños de los hombres. No es solo que los Beatles cantaran sobre el amor y al amor, sino que lo hicieron desde él, desde dentro, sabedores de que lo que toca el corazón, se queda, está por y para siempre, en ti, en mí, en vosotros, en nosotros y en todos los pronombres personales. Una atrevida y rebelde excusa distópica sirve a su director, Danny Boyle (Slumdog Millionaire), y a su guionista, Richard Curtis (Love Actually, Nothing Hill), para tejer una fabulosa comedia romántica con telón de fondo de ciencia ficción. ¿Qué pasaría si un accidente a escala planetaria hiciera que nadie recordase a los Beatles tras el acontecimiento? Un músico mediocre que lucha por hacerse oír en el mundo, quien también ha sufrido un accidente en la misma rifa de sucesos, se da cuenta enseguida y decide ganarse al mundo entero reinterpretando todas las canciones del grupo olvidado. Los bares se incendian, el público va creciendo y los contratos llueven por doquier, al tiempo que una chica, la única que confió en él cuando este todavía no era nadie, se desespera por ver cómo su amor se pierde entre la lejanía de la fama y el delirio de ser alguien. La valiosa interpretación de aquellas archiconocidas canciones van tomando forma, conducen, te llevan a la lágrima. Al fin, la vida —cómo no podía ser de otra manera—, en el precipicio de lo que siempre importa, te hace tomar decisiones, decisiones que hablan realmente de tus prioridades y por el qué quieres que te recuerden, o, tal vez, simple y llanamente, quién quieres que lo haga.

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Sibilario (Ana Sofía Pérez-Bustamente)

Sibilario se compone, como las grandes obras dramáticas, en tres partes: uno, «Cimientos»; dos, «Las dimensiones del teatro»; tres, «Sibila sexta». Este poemario, publicado por Ediciones Rialp en su colección «Adonáis» tras su victoria en el Premio Alegría del año 2018, es uno de esos libros en que la poesía se abre paso dentro de una función arquitectónicamente lírica, conjunto de un escenario que podría tener como telón de fondo la construcción de la Capilla Sixtina en la que todavía deslumbran y alumbran los inmensos frescos de Miguel Ángel. Ana Sofía Pérez-Bustamente, doctora en lengua española y profesora de la Universidad de Cádiz, ha conjurado entre las páginas que recorren sus versos a los fantasmas de los que ya no están y a los vivos con los que todavía dialoga. Su labor como docente ducha en el campo poético, se hace visible en esta creación, homenaje constante donde la intertextualidad hace renacer versos de Machado o Gil de Biedma. Así, los tópicos de la infancia perdida y la vejez que asoma aparecen como constantes caras de una moneda donde «Lo peor no es ser viejos. Lo peor es, acaso, / sospechar que es mentira», donde la cruz aparece montada sobre la estructura orgánica de todo un discurso religioso en el que también conviven, tanto en el Edén como aquí en la tierra, un elenco de personajes que se hacen de carne y hueso, Eva, Salomón, David y Goliath, Judith, Ezequiel y tantos otros referentes bíblicos, junto a los humanos que pasaron por su vida: todos sus alumnos, su madre, sus hijos, un taxista cualquiera que representa en «Taxi driver» esa capacidad de habla con un desconocido que confrontaría toda la psicología moderna. En fin, es Sibilario en suma una poesía iluminada, una poesía que aspira a la iluminación del individuo y que reza en este marco poético que sabiamente ha construido la autora, donde los demonios de su alma poética exigen alguna clase de liberación personal, donde al fin descansan todos los vivos y todos los muertos a los que se rinde, una rodilla tras otra, la belleza.

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The Haunting of Hill House: una interpretación sobre el amor

Hay veces en las que el miedo vence por cobardía, porque el amor deslumbra demasiado como para tener el valor de enfrentarlo. Tal vez el miedo también gana la partida cuando no somos capaces de enfrentar el horror, de asumirlo, por lo que le damos forma antes que a la lógica. Una habitación roja, una casa encantada y una familia con demasiados secretos que se ocultan en la cabeza de un padre asustado: si se acepta la metáfora, sobre esto es lo que versa The Haunting of Hill House, la nueva propuesta de horror en forma de serial de Netflix. El miedo es la excusa, el puente para hacernos acceder a la historia; al fin, la lágrima y el mensaje aportan el contenido, nos enseñan el valor de lo que habíamos olvidado, nos acercan al significado del hogar, lo que significa reconciliarse con todo lo que habíamos tapado en una habitación maldita por no querer enfrentar los fantasmas que nos acechan. Por eso: «ghosts are guilt, ghosts are secrets, ghosts are regrets and failings. But most times… most times a ghost is a wish». En el fondo, aquí atisbamos esa milenaria lucha entre el miedo y el amor de la que nos hablaba Krishnamurti. Esta narración puede disfrutarse como un mero puzle de enigmas. También, claro, tal vez sea lo que más importe, podrían interpretarse estos diez episodios como un alegato de regreso al amor, ese inútil desgraciado al que a través de nuestros fallos, nuestros miedos y nuestras culpas habíamos acabado convirtiendo en un fantasma, incapaces de entender que la única forma de crear un hogar es no quedándose en el medio, es haciendo, es dando, es sintiendo, es lanzándote sin vaguedades hacia todo lo que algún día dejaste por hacer. Porque al final solo se condena aquel que por miedo nunca supo lo que era estar vivo. Este mundo, cargado de fantasmas sobre los lomos del horror, todavía tiene salvación, todavía puede llegar a ser un hogar.

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Alpha: quiénes somos

Uno nunca puede estar cien por cien en lo cierto sobre lo que piensa, pero creo que el motivo por el que Alpha nos llega a tocar la fibra sensible tiene que ver con algo más profundo que el hecho intrascendente del amor a nuestras mascotas. El director nos quiere conducir a la lágrima y sabe cómo hacerlo, dentro de esta historia de amistad y salvación entre un lobo y un niño-lobo. La película apenas tiene actores; sencillamente dos protagonistas: el chico y el animal, Alpha, que nos hará identificarnos más allá de la lástima y el aullido. Detrás de la alegoría que explica el origen de los canes, pareciera que se esconde un mensaje aún más profundo dentro de nuestro cerebro primitivo, que es posiblemente el que nos habla in crescendo, al mismo tiempo que la música, a medida que se acerca el final y el telón pide su turno. En el fondo, más allá del amor a los animales, de lo que esta película viene a hablarnos es de la confianza en el otro, de indistinción entre seres, de lo que todos alguna vez fuimos y vemos al mirar o al mirarnos en los ojos de otro ser vivo; de que, en definitiva, posiblemente, seas lobo, tigre, pájaro, mujer u hombre, todos tenemos esa intuición, porque sabemos que el origen de nuestra existencia forma parte de lo mismo.

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