Alejandro Amenábar, Tesis y Abre los ojos

Alejandro Amenábar es un director que me ha sorprendido, quizá porque solo me había quedado con su faceta más moderna, cuando es en sus primeros filmes donde se destaca poderosamente su hábil talento. Después de visionar Tesis o Abre los ojos me di cuenta de que era un autor comprometido y asustado, tal vez como deberíamos estarlo todos, con la sociedad que hemos construido. Un mensaje de fondo que impacta sobre el espectador, una crítica a la sociedad de las apariencias en que estamos inmersos.

En Tesis la película se abre y se cierra con una desoladora verdad: el morbo que poseemos por la pornografía de lo grotesco, la violencia, la muerte y la desgracia ajena. Todo eso nos interesa aunque queramos ocultarlo, aunque nos compadezcamos del prójimo, lo cual en parte demuestra un fondo de hipocresía en eso que hemos llamado «civilización» o mundo moderno. Hay un cadáver en la vía del tren y todos quieren asomarse, incluso si antes les han advertido de que no lo hagan porque el cadáver está despedazado en trozos. En la película un psicópata se dedica a raptar mujeres, mutilarlas, despedazarlas y posteriormente matarlas de la forma más cruel e inhumana, mientras todo eso se graba en vídeo y luego se comercia con ello, lo que se ha dado en llamar películas snuff. Cuando al final se detiene al asesino, los medios de masa y la televisión se dedican, en su eterna búsqueda de la audiencia y el dinero, a mostrar una de esas cintas con el fin de garantizar el morbo que sabe que el público consumirá, dado que, como en la misma película se dice, «hay que hacer cine pensando en lo que quiere ver la gente». Un mensaje que sería necesario rescatar hoy día, donde, como dijo Risto Mejide, la televisión ha pasado del erotismo a la pornografía, donde se comercia con el sufrimiento de la gente, donde no se respetan los más mínimos límites éticos, donde la sensibilidad humana parece haber sido abandonada en pos del caballero Don Dinero. Amenábar lanza aquí un mensaje directo al espectador, nos dice que al final, independientemente de lo que nos ofrezcan, está en nosotros la responsabilidad de aceptar eso o no, y que si lo aceptamos estamos siendo en parte partícipes de la caída. «ADVERTIMOS que las imágenes que van a ver a continuación pueden herir la sensibilidad del espectador», y la pantalla se funde en negro. Estamos de vuelta a la realidad y la película ha terminado, pero el mensaje sigue ahí.

En Abre los ojos hay otra crítica a la sociedad de apariencias: la importancia de la estética como algo superior a nosotros mismos, llegando a llevar a un pobre hombre que lo tenía todo a la locura por no poder aceptarse tras quedar desfigurado en un accidente. Se trata la enfermedad de los celos y se profundiza en el vasto tema de la realidad y los sueños, lo tangible y lo onírico, la virtualidad. Al final hay otro mensaje clave, repitiendo la misma estructura que en su anterior filme: «Abre los ojos», y la pantalla se funde en negro. Estamos de vuelta a la realidad y el autor nos pide que nos demos cuenta de lo que estamos haciendo, de adónde estamos llevando el barco en esta cultura del bisturí y las prótesis; nos pide, en definitiva, que nos asomemos a la obsesión que nos vendieron sobre nuestra condición física, olvidándonos de la psíquica al tiempo que la volvíamos loca. Alain de Benoist, un filósofo francés, dijo lo que sigue: «La sociedad liberal sigue reduciendo el hombre al estado de objeto, cosificando las relaciones sociales, transformando a los ciudadanos-consumidores en esclavos de la mercancía, reduciendo todos los valores a los de la utilidad mercantil»*, y nunca más que ahora deberíamos tenerlo presente también.

Amenábar busca un compromiso con la sociedad que le ha tocado vivir, como todo hombre comprometido con la causa en la que cree, cuando todavía hay esperanzas de cambiar algo. Y lo cierto es que su mensaje es claro: la única forma de cambiar las cosas es cambiar tú mismo, porque tú modificas la realidad que te rodea y no al revés.

 

*Benoist, Alain de (2005): Comunismo y nazismo, Barcelona, Ediciones Áltera, p. 154.

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